“Querido” maltratador:
Hola, soy yo, aquella a la que juraste amor eterno, a la que cuidarías y respetarías durante el resto de tu vida, en la salud y en la enfermedad, en la tristeza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separara; soy aquella de la que se supone que te enamoraste aquella tarde, hace algunos años, en aquel parque alejado de la ruidosa ciudad, regado en aquel momento por la fina lluvia que caía; soy aquella que viste aparecer a lo lejos, totalmente empapada, sin un lugar donde resguardarse; aquella a la que decidiste ayudar, ofreciéndole tu chaqueta; aquella a la que miraste a los ojos y sonreíste, y que se enamoró de ti en ese mismo instante; soy aquella que decidió pasar toda su vida a tu lado, la que quería vivir y ser feliz contigo; soy aquella que decidió casarse contigo, y se casó; soy aquella que se dio cuenta un tiempo después de que no sería feliz, la que se arrepentiría de querer vivir contigo, la que recordaría eternamente aquella tarde en el parque, porque aquella tarde comenzó el principio del fin, de mi propio fin.
Ahora te escribo desde el lugar al que tu me mandaste. Me dirijo a ti desde mi propia tumba, aquella que empecé a cavar cuando te conocí y que ocupé cuando ya no podía soportar vivir más a tu lado. Ahora escribo desde un lugar mejor, desde otra vida, desde donde dicen que se descansa en paz. Porque eso era lo que quería yo, descansar en paz, poner fin a aquellos días interminables, con el miedo recorriendo mi cuerpo cada vez que volvías a casa. Al fin puedo descansar, lejos de ti, en este cielo donde sí he encontrado la felicidad, aunque resulta macabro pensar que para estar en el más hermoso de los cielos tuve que vivir el más cruel de los infiernos, pero así fue mi vida, o más bien, en eso convertiste tú mi vida. Pero todo eso ya pasó, aunque sé que la solución que puse hizo daño a mucha gente, sobre todo a mi familia, a mi verdadera familia, a los que de verdad me querían. A ellos les pido disculpas, pero no encontraba otra salida a aquel oscuro callejón en el que se convirtió mi día a día. Porque ya mi cuerpo no aguantaba más, porque mi mente no podía pensar en otra cosa después de tanto tiempo.
Por ello, te dejo esta carta al lado de ese bote de pastillas que encontrarás vacío. Decidí quitarme la vida, aunque en realidad ya me la habías quitado tú hace algunos años. Cerré los ojos para aventurarme en un sueño profundo del que sabía que no despertaría jamás, esperando a que los medicamentos hicieran su efecto, para que así pudiera viajar a algún lugar lejos de ti. Espero que cuando vuelvas hoy a casa y encuentres estas líneas escritas y mi cuerpo inerte sobre el sofá, comprendas el daño que me hiciste, pero que no solo lo comprendas tú, sino todos aquellos que deciden maltratar a sus seres queridos, y que ojalá cambies y pidas ayuda para poder volver a ser aquel hombre que decidió ayudar a una mujer aquella tarde en el parque. Ahora mi alma abandona este cuerpo lleno de tus golpes, para ir a un lugar mejor y adentrarse de vez en cuando en tus pensamientos, para que no lo vuelvas a hacer. Espero que encuentres algún día el camino correcto y seas feliz, tú y, sobre todo, los que te rodean, ya que yo no lo fui.
Recibe un “cordial” saludo
Tu difunta esposa.